jueves, 11 de febrero de 2010

Crónica de Oriente

Por Javier Garduno

Viernes en la noche llegó el aviso: mejor no hacer planes para el fin de semana. Las cargas de trabajo fueron el motivo, aunque no quedaba claro el supuesto objetivo. Una llamada posterior confirmaba los temores, el deber de ir al Oriente de la Ciudad para colaborar en los trabajos de ayuda para los damnificados de la Colonia El Arenal. El punto de reunión: CONALEP Venustiano Carranza a las 8 de la mañana.

Temprano el sábado empezaba el recorrido en bicicleta hacia las tierras bajas y marginadas de la Ciudad. El cruce de Fray Servando y Tlalpan anunciaba la división entre Poniente y Oriente. A partir de ese momento una Ciudad poco conocida y amigable se extendía como una mancha gris hacia los volcanes.

Tras unos 5 kilómetros de errar por el Rio Churubusco me adentro por los parajes del Metro Pantitlán, cuyo olor tan característico hacen parecer a Tacubaya una estación de primer mundo. Mi nariz se acostumbra rápidamente a los olores de Oriente y en cuanto llego a la Colonia el Caracol parece como si la pestilencia se hubiera disipado.

Un par de consultas a unos policías me indican el camino hacia las zonas inundadas. Atravieso calles que se hacen llamar como un festín de mariscos: Pulpo, Camarón, Almeja, Jaiba, y Ostión; y por fin llego a la zona de abastecimiento en los linderos de la Segunda Sección de El Arenal. Miles de botellas de agua, comida, fruta, zapatos, cobijas y medicamentos esperan apilados la llegada de camiones con la altura suficiente para sortear las aguas negras acumuladas sobre el pavimento.

Aún sin saber la magnitud del desastre, varios compañeros y yo nos apuntamos para zarpar en un gran otrora contenedor de basura lleno de agua, cobijas y zapatos a la zona abnegada. Solo unas cuantas cuadras separaban la tragedia de la Cuarta Sección de El Arenal. Xochitepec, Xinantecatl, Xiutetelco, Xochiatipan, Xochicuatlán, Xaltocan, todas calles inundadas con sus habitantes expectantes en las azoteas a la espera de un milagro o al menos una pequeña ayuda. Se escuchan algunos gritos: ¿Tienen comida? – “No señora, agua, zapatos y cobijas. ¿Tienen niños? Traemos zapatos para niños”.

Una imagen atraviesa a lado de nuestro camión. Un padre llevando a su familia en lo que solía ser su refrigerador, como una lancha resguardándolos de las aguas negras. Al final, paramos en la calle Xochistlahuaca. Nuestro coordinador señala “Quienes traigan botas tienen que bajarse para realizar la entrega”. En ese momento pasan unas botas, me las calzo, y salto del camión a las aguas negras. Desafortunadamente, el nivel de las aguas es mayor a la altura de las botas, lo cual desanima a los demás compañeros del camión. Ni modo, uno solo tendrá que repartir en tierra/agua la ayuda.

Terminamos la repartición y regresamos al CONALEP. Detergente y desinfectante intentado terminar con el escozor que ocasiona el agua negra en el cuerpo. Me quedan 25 kilómetros de recorrido para poder tomar un baño y olvidar, temporalmente, El Arenal Cuarta Sección.

El Bordo de Xochiaca

Domingo por la noche nueva advertencia, llevar ropa cómoda el lunes al trabajo. Un anuncio de que el Oriente estaba más cerca de lo que parece. Ya en la oficina se designa a quienes deberán ir de nuevo al Arenal a continuar con las labores. Así empieza el segundo recorrido de dos ruedas hacia la zona afectada.

En el camino llega el aviso del cambio en el punto de reunión. Esta vez, al Modulo 1 en el Bordo de Xochiaca a lado de la Alameda Oriente. Rumbos desconocidos y rutas congestionadas me llevan al Estado de México. Las señales en las calles anuncian Netzahualcóyotl, Chimalhuacán, Avenida 7. De pronto me encuentro tan en el Oriente que creo haber perdido el rumbo. El paisaje es desolador y no puedo creer que aún me encuentre en la Ciudad que me ha visto crecer.

Sigo pedaleando y preguntando; la Alameda se encuentra a sólo 50 metros de mi, pero un cauce de agua negra se interpone en mi camino. Las ruedas de mi bicicleta se comienzan a hundir en el fango pestilente y tras breve tiempo logro cruzar el cauce y llegar al Bordo.

El agua ha cedido, pero las necesidades han crecido. Cubetas, Escobas, Cloro, Detergente, Jergas, y Recogedores son recibidos en el modulo, luego armamos paquetes y los entregamos a la gente para que puedan limpiar sus casas y lo poco que les haya dejado el agua. Empiezan las quejas de los colonos: “Dormimos en el suelo hace tres días” “Necesitamos catres y colchonetas para los niños” – “Artículos de limpieza señora, es todo lo que tenemos en este modulo”.

Se agotan los utensilios de limpieza y se agota la energía de la gente en el Bordo. El sol anuncia su partida. Mejor salir de aquí antes de quedar sin luz. Que bueno que el sol se despide desde el Poniente, sólo habrá que seguir su destello para regresar a casa. Cruzo Pantitlán y me siento menos tenso. El Oriente es más bravo cuando la luna comienza a mostrarse. Hasta mañana volcanes, hasta mañana El Arenal.

Martes en la mañana de nuevo en el Bordo. Por ser el primero en llegar me toca la responsabilidad del abasto y distribución de catres y colchonetas, para la gente del lugar los bienes más preciados tras haber perdido casi todo. Me lo puedo imaginar, lo único que quieren es una cama que los haga soñar y descansar. Llegan las camionetas y las cuadrillas para las entregas de los catres.

La gente se acerca y se anuncia que la ayuda es sólo para mayores de edad. En eso una niña se aproxima y me dice que requiere un catre paras su bebé. Le repito, los catres son sólo para mayores de edad. Pero la niña no sólo es niña, es también madre y su bebé duerme en el piso. “Dame tu dirección y espero que te podamos hacer llegar un catre”.

50 catres y 50 cobijas para la zona 2, 40 catres y 30 cobijas para la zona 9. Todo un día de organización. Todo un día de fatiga. El sol volvía a anunciar su partida y yo iba a irme con él. Quedaban todavía catres apilados y gente sin descanso. Lo que no había era energía, y quedaba un largo trayecto para pensar que el Oriente no es tan sólo otra parte de la Ciudad, sino otro mundo que un aviso de viernes por la noche me permitió conocer y encontrar.