Razón práctica que deviene utilitaria. Concepción del mundo natural ligado al dominio. Estas son algunas de las ideas que la Ilustración ha imprimido en nuestra conciencia, deformando nuestra relación con los hombres y con el medio ambiente. La Ilustración nos ha alejado de los mitos pero nos acerca paso a paso a la autodestrucción. Aquello que pretendía quitarnos el miedo a lo desconocido nos conduce a la incertidumbre. Si bien es cierto que un mundo sin razón es inconcebible, es posible proyectar un mundo sin dominio aniquilador.
La respuesta pasa por analizar cómo percibimos a la naturaleza y cuáles son los sentidos que han sido privilegiados para relacionarnos con ella. La paradoja: la vista nos ha cegado y pareciera que ha sido a causa de la luz ilustrada. El afán por dominar el medio ambiente con la vista nos ha alejado de una experiencia sensorial más amplia, más completa. La naturaleza como espectáculo para el dominio impidió una concepción en donde el horror y la excitación pudieran ir de la mano. Porque la razón ilustrada es implacable, una cosa no puede ser dos a la vez. Bajo los ojos de la razón la naturaleza no puede ser utilidad y belleza. Así, el medio ambiente natural ha perdido parte de su esencia, sólo es visto para dominarlo, para satisfacer las necesidades de la reproducción y acumulación del capital.
Y el dominio se resiste a ceder. A pesar de algunos brotes, la sociología no ha sido capaz de borrar de las conciencias la supuesta necesidad de dominar a los hombres y a la naturaleza. La Dialéctica de la Ilustración sembró algunas semillas con su crítica a la razón ilustrada, pero éstas no han sido suficientes, ni suficiente ha sido su cuidado, para que de los pilares de una nueva razón ecológica se erija un nuevo sistema de valores dentro de la sociedad. La nave de Odiseo nos muestra con claridad el dominio, pero en Adorno y Horkheimer no ha ido más allá la crítica sino al señorío del hombre por el hombre. La naturaleza externa tendrá que esperar una nueva ola de pensamiento crítico. Sin embargo, los debates son largos y la espera nos acerca al abismo, la revuelta se acerca.
La praxis se erige en reina mientras que sus súbditos, cegados e impedidos de escuchar los llamados de auxilio de la naturaleza, pues sus oídos están cubiertos de cerca, se acercan al naufragio. Odiseo no permanecerá en calma, pues si su barco zozobra desde el mástil contemplará con vista privilegiada su hundimiento. Así como la cadena que lo ataba al mástil no ha sido suficiente, tampoco ha sido suficiente el oráculo de Kant: los hombres más que nunca se encuentran dócilmente sometidos a la razón de los datos inmediatos, en la búsqueda incesante de la auto conservación. La regresión se hace evidente cuando la sociedad industrial no somete a juicio la esclavitud rítmica de los remeros de Odiseo. La regresión es también renuncia, a la crítica y al pensamiento. La revuelta espera impaciente.
Tampoco las co-construcciones sociológicas encuentran eco. Los procesos pensados como duales, de lo social y lo natural y su interrelación entre lo ambiental y las prácticas sociales, irrumpen tímidamente. Sin embargo, su modestia es esperanzadora pues no buscan la verdad sino el compromiso, la provocación y la reconstrucción. La co-construcción de lo social y lo natural es una bocanada de aire fresco y un llamado a la apertura de los límites entre las distintas áreas de conocimiento científico. Un grito de auxilio para entender cómo construimos los problemas, los supuestos que están detrás y la relación entre la ciencia, las instituciones y las decisiones políticas. No obstante, la bocanada de aire parece agotarse y el aire se vuelve cada vez más escaso.
Modernidad radicalizada y sociedades del riesgo se presentan como respuestas actuales a viejos debates. La conciencia social de la modernidad parece reaccionar, pues el mundo ha cambiado. Lo que está en juego no son las ganancias, la prosperidad o el valor del mercado, son las pérdidas, la destrucción y las amenazas. La sociedad del riesgo es un primer aviso de la revuelta de la naturaleza que se avecina, una advertencia de los riesgos externos. El problema es que la respuesta a esta advertencia está mediada por una construcción social y por una valoración cultural. Esta respuesta es lenta mientras la inercia que reproduce los riesgos aumenta exponencialmente su velocidad. Sin embargo hay protesta, la alarma ha encendido algunos focos y éstos han sido vistos por la clase media. La cera en los oídos de los remeros de Odiseo va cediendo, se escuchan tenues gritos.
Hay, por otro lado, quienes siguieren que la única salida a la relación autodestructiva del hombre con la naturaleza es la revolución socialista. Se nos advierte que mientras no se modifiquen las estructuras y las relaciones de producción no hay esperanza para el movimiento ecológico. La revuelta de los jóvenes no debe entonces pedir ni proponer la reforma sino exigir la transformación de raíz de la sociedad. No advierten del todo que Marx no mostró preocupaciones por la dominación de la naturaleza por el hombre y que los regímenes socialistas no han dado señales de ir en contra de esta concepción. Su crítica es pues una crítica incompleta, como la de Adorno y Horkheimer, ya que el medio amiente es relegado a un segundo plano y la dominación enfocada en aquella que es ejercida por los hombres sobre los hombres.
Los escépticos dirán que la revuelta es un invento, que siempre han existido guerras y que la naturaleza fue creada con la intención de que nos aprovechemos de ella. Ellos creen tener de lado a sus libros sagrados. No distinguen, sin embargo, entre la naturaleza interna y externa y en sus respectivas revueltas. Porque de la primera sobran ejemplos en la historia de la humanidad. Son precisamente estas revueltas de las que Adorno y Horkheimer nos advierten: la revuelta de la naturaleza humana dirigida contra la estructura de dominación y su racionalidad. Riesgo latente que se materializa día a día: cabezas que cuelgan inertes, cuerpos sin vida abandonados en calles congestionadas, fosas de muertos sin nombres y un largo y conocido etcétera. La revuelta de la naturaleza interna nos ha alcanzado.
De la segunda revuelta estamos por ver sus consecuencias más destructivas. Porque esta revuelta no fue del todo anticipada, se escondió en la concepción naturalista del mundo, escapó la crítica. La aplicación irracional de la tecnología al dominio del medio ambiente, el regir la praxis, terminó por modificar los ciclos de renovación de la naturaleza. Y la respuesta de esta última parece inminente. El riesgo entonces es doble: episodios de violencia entre los hombres (la revuelta interna) y la respuesta violenta de la naturaleza a su sobreexplotación (la revuelta externa).
Frente a la violencia, el miedo se apodera de la sociedad. La Ilustración nos había prometido superar el miedo, volvernos adultos e iguales. Sin embargo, nos ha fallado y vivimos desiguales en la incertidumbre por el futuro. La razón para regir la praxis muestra sus límites y consecuencias. No obstante, la razón crítica pretende quítale el velo a la razón utilitaria. La ecología política, el realismo crítico y la co-construcción sociológica han abierto algunas brechas, transitemos por ellas antes de que la revuelta de la naturaleza nos arrebate la razón.