martes, 5 de junio de 2012

De la ciudad lineal a la ciudad circular: la sustentabilidad como camino al bioregionalismo



La ciudad ha roto los lazos que la unía con la naturaleza. A la deriva, camina con paso firme devorando recursos, reproduciéndose y aumentando sus dimensiones en cada rincón del planeta. No le sirven sus desechos, se vale de insumos cada vez más lejanos gracias a esa fuente de energía subterránea que todo lo que toca ensucia. Mientras tanto, el capital se regocija pues encuentra nuevos mercados y logra imponer un modelo de vida a nivel planetario que, a pesar de no tener futuro, genera buenas ganancias para un puñado.


Desde hace no muchos años que algunos alzan la voz para señalar que el camino emprendido por la ciudad es suicida. Hay límites, gritan unos. Otros, proponen un futuro común. Se ha abierto una disyuntiva que permea el escenario público. La visión ecocéntrica batalla en el mundo de las ideas contra la postura tecnocéntrica. La primera, más profunda, nos advierte que nuestro modo de vida atenta contra los sistemas que hacen posible la vida en el planeta. La segunda, más empleada y difundida, señala la urgencia de un compromiso político que mediante la tecnología logre afrontar y superar los problemas ambientales (Atkinson, 1992).

La batalla nos muestra dos caminos que no se encuentran, posturas irreconciliables que implican concepciones distintas de la relación hombre – naturaleza. Sin embargo, en este texto se considera que ambos puntos de vista se pueden complementar y que la “ciudad sustentable” es una condición necesaria, mas no suficiente, para lograr que las urbes asuman su circularidad y se conviertan, gracias al rencantamiento del mundo, en regiones campo – ciudad capaces de convivir armónicamente en la biosfera del planeta.



El optimismo de la posguerra sobre los problemas de desarrollo se enfrentó, a principios de los años sesentas, con voces que, en un inicio silenciosas, llamaban la atención sobre la capacidad finita del planeta y de sus recursos. Algunos años más tarde se modelarían, mediante un entendimiento holístico del mundo, cuáles eran los límites del crecimiento industrial y poblacional. El panorama no era alentador. Un cambio de paradigma se volvía cada vez más evidente; sin embargo, no se tenía claro cuál podría ser el camino a seguir.

Una respuesta a estos problemas llegó con el concepto de “desarrollo sustentable”. El Reporte Brundtland lo puso claro en el papel: “satisfacer las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las futuras generaciones para satisfacer sus propias necesidades” (UN, 1987). Esta definición ha estado en el centro de una buena parte de la agenda internacional en la materia. La agenda derivada de dicha tesis ha puesto de manifiesto que son las ciudades las responsables de asumir y atacar los problemas ambientales.

La discusión sobre un mundo eminentemente urbano, con problemas de dotación de servicios, con falta de vivienda, y desigual; sumada a preocupaciones de carácter global como la disminución de selvas tropicales, la pérdida de biodiversidad y el calentamiento global, fijó en las ciudades su atención. Al hacerlo, la agenda internacional relegó la relación entre el campo y las urbes, y aisló a las ciudades de su interior (hinterland).

Bajo este punto de vista, lo importante es la equidad, tanto intra-generacional (reconociendo que todos los habitantes urbanos deben satisfacer sus necesidades básicas), como inter-generacional (a fin de no comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer sus necesidades) (Allen, et al, 2002). El sistema de acumulación y producción de la riqueza no es puesto en tela de juicio.

El establishment parece complacido, un cambio de administración, más no de sistema, se presenta como la solución a los problemas medioambientales. La mercadotecnia se encargará de vender las etiquetas “verdes”, siempre y cuando las ganancias sigan aumentando. El culpable se ha identificado (el cambio climático), y la política pública calienta motores para una vez terminada la crisis poner manos a la obra y resolver de una vez por todas los inconvenientes del desarrollo económico.

No obstante, a la par de foros, reuniones, paneles, y encuentros para aterrizar el concepto de “desarrollo sustentable” en las ciudades, un reducido grupo de personas profundizaba el concepto de ecología y proponía cambios más radicales respecto a la relación del ser humano con la naturaleza. Estos autores han enfatizado que la ciudad es un organismo vivo interrelacionado con su entorno. Bajo este concepcion no existen los desechos, todo es un insumo para otro organismo o sistema, siendo la ciudad interdependiente de estos flujos de materia y energía.

Visión ecocéntrica y tecnocéntrica enfrentadas a causa del dominio de la naturaleza. Una cuestiona dicho dominio, la otra lo solapa. No acepta la primera que se puede alimentar de la segunda para volverse más fuerte; que al ganar la tecnocéntrica terreno, se van dejando semillas para que la ecocéntrica crezca y florezca. Pero las semillas necesitan agua y nutrientes para sobrevivir. El agua es la razón crítica, los nutrientes el rencantamiento del mundo.

Por ello, dejar a las ciudades bajo la tutela única del desarrollo sustentable es como dejar a una semilla a su suerte, flotando en el vacío. La semilla necesita tierra que la contenga, agua que la componga, y calor que la haga florecer. He ahí el papel de la ecología profunda. Así, lanzada al aire, la sustentabilidad no tiene posibilidades de brotar. En cambio, entendida como proceso y no como fin, nos puede acercar al bioregionalismo.

Simbiosis entre lo urbano y lo rural, donde el tamaño de una región esté en función de la capacidad de carga del ecosistema. El bioregionalismo propone la superación de la dicotomía campo – ciudad y un sistema político en donde se vaya desdibujando poco a poco el estado nacional. Nuevas formas de organización pública, más locales, remplazaran la verticalidad del Estado.

La ciudad sustentable es un punto de partida; un conjunto de categorías dentro de las cuales es posible evaluar el desempeño de las ciudades (Satterthwaite, 1998). El siguiente paso, la ciudad circular, se logrará cuando las clases medias y altas sean seducidas por la sustentabilidad y adopten su discurso. Serán entonces los hijos de esta generación, educados bajo los principios tecnocráticos, quienes den un gran salto de la imaginación y mediante un profundo acto de fuerza de voluntad colectiva reviertan los daños ya hechos al medioambiente (Girardet, 1990).

Mientras tanto, el ecocentrismo está llamado a afinar el discurso, los argumentos y el plan de acción, para estar listo al llamado de las fuerzas profundas del cambio social. Este visión debe ser un recordatorio permanente de que no sólo es necesario cambiarle de color al desarrollo, sino que todos, al estar girando en un mismo cuerpo celestial, tendremos que sacrificar las comodidades heredadas de la era industrial para reconstruir los lazos que nos unían con la naturaleza .





Bibliografía:



Allen, A; You, N; Atkinson, A. (2002). Sustainable Urbanization: Bridging the Green and Brown Agendas. London: University College London.

Atkinson, Adrian. (1992). The Urban Bioregion as sustainable development paradigm. Third World Planning Review. 14(4).

Girardet, Herbert. (1990). The metabolism of cities. Cadman, D and Payne, G (eds.). The living city: towards a sustainable future. London: Routledge.

United Nations. (1987). Report of the World Commission on Environment and Development: Our Common Future. Retrieved from http://conspect.nl/pdf/Our_Common_Future-Brundtland_Report_1987.pdf

Satterthwaite, David. (1998). ¿Ciudades sustentables o ciudades que contribuyen al desarrollo sustentable?. Estudios Demográficos y Urbanos. El Colegio de México. 13(1).